viernes, marzo 29, 2024
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Las primeras luces del amanecer encuentran a Baracoa desolada y en ruinas

Un apesadumbrado Cristóbal Colón observa el caos que emerge con los primeros rayos del sol en Baracoa. La escultura del navegante que se erige a pocos metros del mar muestra las marcas de haberse enfrentado a los vientos huracanados de Matthew durante la noche de este martes. Ha resistido a esta nueva y angustiosa travesía, pero la ciudad que se despliega ante sus ojos no puede decir lo mismo.

La gente sale a las calles con la mirada llorosa y la desesperanza a flor de piel. Una vecina se pone las manos en la cabeza mientras mira lo que quedó de su modesta vivienda a unos 200 metros del mar. » Mi´jo, esto me va a llevar toda la vida volverlo a levantar», dice la mujer a los pocos residentes del lugar que se han atrevido a acercarse a estas horas de la mañana.

El suelo de Baracoa está cubierto de ramas, al malecón le faltan trozos que han ido a parar a varios metros del lugar, el techo del telecentro Primada Visión ha salido volando en varias partes y las tejas de metal cubren las calles. Los cables eléctricos están caídos y muchos enredados en las columnas de las casas que una vez estuvieron en pie.

Unos pocos hurgan aquí y allá para rescatar trozos de madera, clavos y tejas que le permitan reconstruir el techo que perdieron. Los habitantes de la zona han aprendido desde siempre que las ayudas estatales a los damnificados tardan demasiado, están permeadas por el desvío de recursos y muchas veces no alcanzan para todos. Por el momento, tratan de arreglárselas como puedan.

«Si no reparten alimentos pronto, no sé qué va a pasar», se queja un joven que ha improvisado una vara con un gancho de metal en la punta con la que escarba entre los despojos en busca de «tablas para tapar el cuartico». Cuenta que tiene dos hijos pequeños que están albergados junto con su mujer en una escuela cercana, pero que él no quiso irse. «No podía dejar la casa sola, alguien tenía que quedarse para cuidar el refrigerador».

El parque central es una secuencia de árboles caídos, como soldados muertos en una batalla contra las ráfagas del huracán que superaron los 220 kilómetros por hora. Los almacenes de medicamentos de El Turey también perdieron parte de la cobertura y hasta las viviendas que estaban en construcción han visto caerse las pocas paredes que con tanto esfuerzo habían levantado sus propietarios.

Para los baracoenses esta ha sido la noche más larga que recuerdan. Muchos se atrincheraron en sus casas con unas pocas latas de conserva y galletas para resistir la embestida de Matthew. Las altas olas taparon el malecón desde la tarde y en la zona costera pocos se atrevieron a quedarse en sus viviendas por temor a que el mar, además de llevarse todas sus pertenencias, acabara también con sus vidas.

Los más empecinados no quisieron moverse de sus hogares y en medio de los fuertes vientos los bomberos tuvieron que rescatar a varias familias atrapadas en derrumbes parciales.

Las cifras oficiales aseguran que 749 viviendas han sido afectadas por las inundaciones, decenas de ellas quedaron destruidas totalmente o de ma­nera parcial. Más de 38.000 personas fueron evacuadas, la mayoría de ellas en casas de familiares y amigos.

El legendario hotel La Rusa perdió el techo y parte de su estructura está seriamente dañada. El emblemático alojamiento se ve esta mañana como una ruina que a duras penas se mantiene en pie. También el hotel El Castillo ha sufrido daños en su estructura a causa del embate de los vientos.

Despedirse de los pocos objetos que tienen los habitantes de esta pobre ciudad ha sido muy difícil para muchos. A los albergues apenas se puede ir con lo puesto y la gente se preocupa por el colchón que dejó a merced de las lluvias y los posibles ladrones, esos pícaros que se aprovechan hasta de los desastres naturales.

Cuando cayó el sol, no se veían ni las manos. Como un pueblo fantasma, Baracoa se quedó en penumbras, atravesada por los aullidos del viento y sin conexión con el resto de la Isla. Los teléfonos se cortaron, el fluido eléctrico dejó de funcionar y los rezos se elevaron para que todo pasara «rápido y sin muertos».

Hace solo dos meses los baracoenses celebraban el 505 aniversario de la fundación de su villa primada. Hoy, están ante el reto de volverla a levantar.

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