Una joven periodista cubana decide echar a un lado la noticia y abrirse camino como emprendedora. De reportera a vendedora de croquetas y café, esta es su historia
Con información de El Toque
Yarislay García Montero, licenciada en Periodismo en la primera graduación egresada de la Universidad de Matanzas, un centro docente que antes solo preparaba profesionales en especialidades técnicas, dejó su trabajo como periodista en una emisora oficial apenas a un mes de cumplir su «servicio social», un período de tiempo en el que el recién graduado «compensa» al estado por los gastos en su educación.
De acuerdo con una entrevista publicada en la web El Toque, Yarislay, quien reside en la ciudad de Matanzas, a unos 100 kilómetros al este de La Habana, prefirió irse a vender croquetas y café antes que continuar siendo cómplice de una manera de decir que le era incómoda. Pidió vacaciones y no regresó. Ya no soportaba su trabajo de reportera en un medio estatal cubano.
De su corta carrera profesional recuerda que quien le daba sentido a las cosas que publicaba «era la población, cuando me veían en la calle y me agradecían por una denuncia oportuna».
Contrario a eso sufrió los efectos de la censura cuando calificó de «‘insignificante dirigente’ al personaje de Facundo Correcto en el programa [humorístico] ‘Vivir del Cuento’, de la televisión nacional. Por esa frase quitaron el artículo de la página web».
García Montero, ahora desde su posición de «emprendedora» cree que el periodismo que se hace en Cuba es «meramente partidista, hace un trabajo demasiado infantil y carente de conflictos, a pesar de los tantos problemas que hay en la calle».
Asegura que se sintió «estancada, de reunión en reunión y de asamblea en asamblea. Perdí la esperanza esperando… hasta que ya no esperé nada…», y se produjo el cambio. Dice que no tuvo sensación de pérdida, pero reconoció que el periodismo la marcó. No quiere dejar de escribir.
Yarislay decidió vincularse al mundo de los negocios como alternativa financiera para seguir viviendo y sobreviviendo en Cuba. Ahora lleva el peso de una cafetería en una de las principales calles de su ciudad, a pocos metros del céntrico Parque de la Libertad.
«Siempre tuve claro que terminaría vendiendo croquetas o artesanía» asegura, y quizás por eso decidió invertir en el mismo espacio donde antes se reunía con sus colegas. Supo que el «Café con Aroma de Mujer» estaba a punto de cerrar y decidió apostar sus ahorros.
«Cuando empecé aquí no sabía ni colar un café. Ya no tengo mucho tiempo para escribir. Adaptándome al nuevo ritmo de trabajo se me hace imposible», confesó esta ahora «cuentapropista» que choca a diario con los muchos problemas que enfrentan los emprendedores cubanos: «No hay jamón, no hay helado… Yo debería hacer un diario del cuentapropista, son muchas las dificultades a las que se enfrentan y tampoco salen publicadas en los medios».
La joven periodista matancera sice que tiene «una frustración muy grande». Reconoce que no puede perder el tiempo y «esperar que todo se resolverá cuando tenga 40 años. El periodismo cubano nunca cambiará mientras se mantengan los mismos vicios y tantas mediaciones».
«Lo que hago aquí (en la cafetería) es muy diferente», reconoció Yarislay, quien ahora se enfrenta lo mismo al anciano al que le falta dinero para completar el costo de un café, como al cliente bondadoso y agradecido que le deja «una buena propina. A todos debes atenderlos bien».
Al final del día, asegura, «ves la recompensa económica», y eso es cierto, pero no deja de pensarse como profesional porque «lo que me gusta realmente, el periodismo, no lo hago».
Yarislay tuvo que decidir por su futuro y dar una vuelta de tuerca a su presente. Quizás no alcanzó el reconocimiento a que muchos aspiran por aquello de vivir en una ciudad «del interior» de Cuba, pero comprendió a tiempo que era el momento de provocar un cambio: «Nunca supe si me iría bien o mal, pero sí sabía dónde no quería estar», dijo finalmente en la entrevista concedida a El Toque.