jueves, diciembre 5, 2024
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A 129 años de la muerte de José Martí: un legado libertario vigente en Cuba

Al momento del tiro mortal, Martí era un blanco fácil a la vista enemiga: vestía botines, un saco negro y sombrero oscuro de castor, y en la mano llevaba el revolver Colt con empuñadura de nácar

Este 19 de mayo se conmemoran los 129 años de la muerte del Apóstol de la Independencia de Cuba, José Martí, en Dos Ríos, en el Oriente de Cuba, durante un combate con una columna española. Más de un siglo de historia en la que se prometió una tierra próspera, y hoy sólo quedan vestigios usados por la dictadura.

Su muerte, como su vida, adquirió los tintes míticos de los héroes de grandes epopeyas que recordaba en sus escritos. El Martí que llegó a los cubanos decenas de años después de su caída en medio de la «guerra necesaria», y que ha sido utilizado durante décadas por la dictadura como un estandarte político, esconde bajo el ropaje al hombre que desconocemos, recuerda el portal web Martí Noticias.

Sus manuscritos son copia fiel del sentir libertario. Martí explicaba al mundo que su patria necesitaba dejar de ser colonia para empezar a ser tierra fértil para sí misma.

El humanista decidió que la guerra de independencia de España era el único camino para librar a Cuba del yugo colonizador y convertirla en una isla independiente, libre y próspera. “Desde sus raíces se ha de constituir la patria con formas viables, y de sí propias nacidas, de modo que un gobierno sin realidad ni sanción no la conduzca a las parcialidades o a la tiranía”, escribió en el Manifiesto de Montecristi.

Estatua de José Martí en la Habana, Cuba.
Planes para Cuba desde el exilio

Sin experiencia militar, el poeta, periodista, diplomático, ensayista, filósofo y político insistió en la necesidad de participar directamente en la lucha que había organizado sin descanso desde el exilio.

Había pasado los últimos años de su vida en Estados Unidos, ajustando los detalles de la contienda que estalló el 24 de febrero de 1895, y en abril de ese año desembarcó en Playitas de Cajobabo, en Guantánamo, para liderar la guerra junto a los generales Máximo Gómez y Antonio Maceo. Poco más de un mes después estaba muerto, recuerda Noticias Martí.

En Dos Ríos, se separó de las fuerzas mambisas, desoyendo las órdenes del general Gómez de que permaneciera en la retaguardia, y junto al joven Ángel de la Guardia avanzó por el flanco derecho, mientras el resto de las fuerzas mambisas lo hacían por el izquierdo, y se adentró en un descampado.

Una ráfaga cerrada del fuego enemigo alcanzó al intrépido jinete, causando su muerte, o al menos así lo relató De la Guardia tras el suceso.

De Dos Ríos a Santa Ifigenia

Habrían pasado unos seis meses desde los sucesos en Dos Ríos cuando el campesino José Rosalía Pacheco le señalara a Enrique Loynaz del Castillo el sitio exacto donde había caído el “presidente de los insurrectos”, marcado por un palo de corazón. “Aquí, aquí mismo recogí la sangre de Martí. Vea todavía la huella del cuchillo por donde arranqué a la tierra todo el charco de sangre coagulada para guardarla en un pomo”, reseña el portal web CubaNet.

A tres kilómetros al noroeste de Palma Soriano, donde confluyen los ríos Cauto y el Contramaestre, el ejército español causó una única baja aquel mediodía del 19 de mayo de 1895. En vano, el joven teniente Ángel de la Guardia había intentado rescatar al caído creyéndolo aún herido en la escaramuza. A minutos de la retirada y posterior regreso junto a las tropas cubanas, aparecía el caballo Baconao cubierto de sangre como confirmación inmediata de la desgracia.

Al momento del tiro mortal, Martí era un blanco fácil a la vista enemiga: vestía botines, un saco negro y sombrero oscuro de castor, y en la mano llevaba el revolver Colt con empuñadura de nácar obsequiado por Panchito Gómez Toro, sujeto al cuello por un cordón, del que no fue disparado un solo cartucho.

En su poder tenía un reloj y un pañuelo, ambos con sus iniciales (JM), y varios documentos preciados en los bolsillos: cartas y un retrato de María Mantilla y otras misivas de Carmen Miyares, Bartolomé Masó y Clemencia Gómez dirigidas a él, según reseña el fallecido investigador Rolando Rodríguez en su libro Dos Ríos: A caballo y con el sol en la frente.

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