viernes, octubre 4, 2024
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La primera mujer de Fidel Castro: «Me ha dado mucha pena su muerte»

Mirta Díaz-Balart, la única mujer a la que llevó al altar y madre de su hijo Fidel, vive en Madrid y habla en exclusiva con LOC.

«Estoy afectada, sí, y he sentido pena pena por su muerte, aunque esa historia ocurrió hace más de 60 años. Estos días he rezado por su alma, yo soy cristiana». Son las siete de la tarde del miércoles, 30 de noviembre, cuando se cumplen cinco días de una muerte, la de Fidel Castro, que ha sobrecogido al mundo entero. Ese mismo miércoles, en Cuba, las cenizas del «héroe de la revolución» recorrían la isla entre la muchedumbre para ser inhumadas mañana domingo en Santiago. Mientras, aquí en Madrid, Mirta Díaz-Balart, de 88 años, la única mujer que Castro llevó al altar y es madre de su primogénito, Fidel, atendía educadamente al teléfono a LOC y hablaba por primera vez con un medio de comunicación, tras permanecer más de medio siglo oculta. «Recuerdo mi matrimonio con Fidel como algo lejano, pero también como una etapa muy bonita de mi juventud. Yo nunca le he deseado el mal, siempre le deseé cosas buenas».Sorprende su ausencia de rencor, pese a que su unión con el líder cubano, versión caribeña de Romeo y Julieta, marcó a sangre y fuego la existencia de la que fue una bella dama de la alta sociedad cubana antes de la revolución, cuando gobernaba el proamericano Fulgencio Batista. No sólo tuvo que separarse de su adorado hijo, Fidelito, sino que la enfrentó a una dramática encrucijada marcada por su segundo matrimonio con un enemigo a muerte del dictador cubano, Emilio Núñez Blanco, y su posterior exilio en España, donde rehizo su vida con la obsesión de que nadie descubriera su pasado como esposa de Castro.

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Se enamoró de Fidel cuando estudiaba Filosofía y Letras en la universidad de La Habana, donde el líder revolucionario se preparaba para ser abogado. Nadie imaginaba que el apuesto líder estudiantil de izquierdas, hijo de un campesino, se iba a rendir a los pies de un miembro de la oligarquía isleña afecta a Batista, ya que el padre de Mirta, Rafael José Díaz-Balart, fue alcalde de la ciudad de Brenes y su hermano Rafael subsecretario de gobernación de Batista.

Se casaron por la iglesia el 11 de octubre de 1948, cuando Mirta tenía 20 años y Fidel 22, marchándose a Miami y Nueva York en una luna de miel que, pese a su oposición a esta boda, costearon los Díaz-Balart. Once meses después, el 1 de septiembre de 1949, nació su hijo, Ángel Fidel, aunque pronto el matrimonio estuvo marcado por las ausencias del futuro líder cubano, enfrascado en su actividad revolucionaria, y también enredado en alguna que otra aventura extraconyugal. Precisamente, estando preso en Isla de los Pinos tras su asalto al cuartel de Moncada, dicen que una carta escrita por otra mujer cayó en manos de Mirta, desencadenando el divorcio en 1955. Algo que Mirta da a entender cuando se le pregunta por las causas de esta ruptura. «Pues por lo de siempre». ¿Infidelidad? «Los hombres, ya se sabe».

Ella se quedó con la custodia de su hijo Fidelito, a lo que Castro no puso reparos hasta que otro hombre irrumpió en el corazón de su ex esposa: Emilio Núñez Blanco, Milio, con el que se casó poco después. Abogado y notario, era hijo de Emilio Núñez Portuondo, embajador cubano en la ONU adepto a Batista, y por tanto acérrimo enemigo de Fidel. Éste, exiliado en México, donde preparaba su golpe contra Batista, montó en cólera y aseguran incluso que bajo el engaño de despedirse del niño por si moría, hizo que se lo enviaran a México, donde le retuvo por la fuerza.

Pese a que Mirta logró recuperarle, cuando Castro subió al poder en 1959, tuvo claro que no era seguro permanecer en la isla. Por eso, al ser enviado Fidelito a estudiar a Moscú, Mirta y Emilio decidieron establecerse en España con las dos hijas habidas en su matrimonio, Mirta y América Silvia (Meky). Se instalaron en Madrid a finales de los 60 en una vivienda del centro y Emilio mantuvo su actividad anticastrista, colaborando en varios periódicos de Miami. Según un colega, «parecía un matrimonio normal, pero chocaba que Mirta jamás hiciera referencia a su pasado». Y es que vivía con la obsesión de que nadie descubriera su identidad anterior como esposa de Castro, por eso evitaba la vida social y sobre todo ser fotografiada, circulando incluso el rumor de que había recurrido a la cirugía para cambiar su aspecto. Lo que sí es cierto, según corrobora un amigo, es que ella «nunca habló mal ni bien de Fidel, jamás habló. Incluso para quienes conocíamos su pasado, era innombrable, quizá porque quería borrar esa página de su existencia».

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Mirta no se sentía sola en España, pues aquí residían dos hermanos suyos: Waldo, un cotizado pintor abstracto, y Rafael, el antiguo alto cargo de Batista, que vivía a caballo entre Madrid y Miami. Estaba casado en segundas nupcias con una viuda española, Mercedes Romay, hermana de José Manuel Romay Becaría, ministro de Sanidad con el gobierno de Aznar. Rafael Díaz-Balart atesoraba una considerable fortuna, aunque su obsesión era ver fuera del poder a Fidel, su ex cuñado y acérrimo enemigo, que a su vez juró matarle con sus propias manos. No pudo cumplir su sueño, ya que falleció de leucemia en 2005, aunque su fijación anticastrista se vio continuada por sus hijos, Lincoln y Mario, que llegaron a ser congresistas republicanos por Florida. Ambos pasaban temporadas en España, en las que frecuentaban a su tía Mirta, que les quería como hijos.

Aunque estas estancias le provocaban cierta angustia, ya que su hijo Fidelito solía presentarse también a ver a su madre en Madrid y le aterraba que coincidieran. Según el amigo antes citado, «Mirta es una mujer muy conciliadora, a la que estos odios entre sus seres queridos han hecho sufrir enormemente».

Coincidiendo con el final de la Guerra Fría y la tímida apertura al exterior de Cuba, Mirta comenzó a hacer viajes a La Habana para visitar a su hijo Fidel, al que idolatra. A su marido, Emilio, le habían diagnosticado Alzheimer y estaba interno en una residencia en Madrid. En el verano de 2006 Juana, la hermana de Castro, reveló que Mirta había viajado a Cuba a petición de su hijo para despedirse de Fidel, quien padecía una gravísima dolencia por la que tuvo que ser intervenido, y le llevó a ceder el poder a su hermano Raúl. Según su versión, la estancia de Mirta en Cuba coincidió con el inesperado fallecimiento de su esposo Emilio en Madrid. Algo que Mirta desmiente «Mi hijo hubiera sido incapaz de pedirme eso. He viajado en varias ocasiones a La Habana para estar con mi hijo, pero me alojaba en su casa, sin trato de favor alguno. Tampoco he vuelto a ver jamás a Fidel Castro ni he hablado con él». ¿Es sincera Mirta o niega por prudencia dicho encuentro?

Lo cierto es que, tras exiliarse en España, el único vínculo que parecía unir a Mirta con su primer esposo era su hijo en común. «Recuerdo mi matrimonio con Fidel como algo muy lejano, pero también como una etapa bonita de mi juventud».

No en vano Madrid ha sido escenario de casi toda su existencia: «Me siento española, mis abuelos eran catalanes que emigraron a Santiago», asegura. Aquí vivió casi medio siglo con su segundo esposo y aquí se criaron sus hijas, que estudiaron en el colegio Saint Anne’s. También han nacido aquí sus nietos, Laura y Emilio, y sus tres biznietos. Aquí también sigue su hogar, en ese piso del centro de Madrid en el que todavía reside con su hija mayor, divorciada, que se llama Mirta como ella.

Profesora de Historia de la Comunicación, dirige la cátedra de Memoria Histórica que en 2015 asesoró a la alcaldesa Manuela Carmena sobre los nombres franquistas de algunas calles de Madrid. Ajena a la política vive su otra hija, Meky, casada con el músico Suso Saiz, productor de Luz Casal y Luis Eduardo Aute, y a quien en algunas actuaciones acompaña hoy su hijo Emilio, nieto de Mirta.

Para Mirta, la muerte de Fidel seguramente ha resucitado vivencias que parecían definitivamente enterradas. No en vano, pese a su larga lista de conquistas e hijos fuera del matrimonio, Castro jamás volvió a llevar a otra mujer al altar. «Me casé una vez, no hace falta más» declaró. Lejos de cualquier atisbo de rencor, Mirta Díaz-Balart, su única esposa, confiesa hoy a LOC haber rezado por su alma. «En nuestra separación nunca hubo malas palabras, rompimos civilizadamente. Yo jamás le he deseado ningún mal.»

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