El diseñador francés Christian Louboutin diseñó los uniformes del equipo olímpico cubano
Wendy Guerra
“Lo que me fascina es la elegancia y fluidez de movimiento de alguien que está en control de su cuerpo”. Louboutin
Lo uniformaron, unificaron, mezclaron todo. Empezamos a ser una cifra en los desfiles y manifestaciones.
Fuimos solo un rostro en la muchedumbre, algo que no puedas recordar, citar, ni seguir.
Nos arrancaron la posibilidad de elegir, crecimos sin un caldo de cultivo del que emergiera cualquier elemento de liderazgo en nuestro entorno.
Lo diferente era sospechoso.
“Aquí todos somos iguales”.
La clase, los buenos hábitos, hablar bajito, no gesticular, sentarte correctamente, tener modales en la mesa, pensar distinto, opinar, disentir, todo eso se resumía en una frase: Desviaciones ideológicas.
Las crisis y la escasez acabaron con la posibilidad de tener un estilo, empezamos a vestirnos con aquellas ropas y zapatos “tos tenemos” que nos imponía la Libreta de Abastecimiento. A quienes se atrevían a improvisar diseñándose modelos, reciclando retazos o antiguos trajes se les llamaba aburguesados, antisociales, excéntricos y extranjerizantes.
Tener el pelo largo era una señal de rebeldía. ¿Acaso los rebeldes no hicieron la revolución con el pelo largo?
La intimidad, la primera persona fue aplastada por el plural de modestia.
El yo se sustituyó por el nosotros. Las bodas colectivas, los cumpleaños colectivos se pusieron de moda.
Una persona solitaria y sensible se convertía en blandengue, amanerado, un lobo solitario contrario al concepto de hombre nuevo imprescindible en la sociedad socialista.
Las categorías estéticas también fueron cambiadas en nombre de la seguridad nacional.
¿Qué es lo bello? Lo bello es peligroso.
¿Tan frágiles somos que lo bello puede corrompernos?
Lo bello agrede, lo perfecto ofende, lo educado irrita, lo delicado hiere y debe ser aplastado por la vulgaridad.
¿Su antídoto? El gregarismo.
Hace poco acompañé al cementerio a un amigo que pasó casi 15 años restaurando un antiguo Chevrolet rosado de 1956. A nuestro paso varias personas, también choferes, intentaban golpear el carro o agredir al chofer y su impecable, hermoso objeto vintage. Mi amigo me comentó que aquí eso es normal, mientras más bello y limpio es el automóvil más agresiones recibe.
— ¿Será el problema del transporte, la ansiedad, el calor? Le pregunté a mi amigo.
— No, es la belleza, la belleza aquí para un alto porcerntaje de la sociedad es ofensiva.
Un sombrero, un vestido simple pero hermoso, una chaqueta curiosa, unos tacones elegantes pueden demorar un trámite en la aduana o cerrarte cualquier puerta en una oficina pública.
La belleza puede ser humilde, encantadora, simple y sorpresiva para muchos, pero por lo general en Cuba las personas piensan que lo bello es hostil.
Si se pinta un edificio, urgentemente hay que emborronarlo, ensuciarlo, volverlo una ruina, un muladar.
Una mujer bella, educada, arreglada, elegante y perfumada es un atentado contra el sagrado populismo, ofende al dar los buenos días, su aroma es un elemento desestabilizador.
El igualitarismo es el verdadero enemigo de lo bello.
En contraste a esta desgastante batalla, contra todos los pronósticos y como una visitación apareció Chanel en Prado y Neptuno, su intervención en lo feo y lo decadente ha sido un potente y novedoso instrumento de información estética en nuestro contexto.
La posibilidad de que los atletas cubanos desfilen vestidos con una obra del maravilloso diseñador francés Christian Louboutin, su recreación de los viejos safaris utilizados por nosotros durante décadas en estos eventos, las citas de símbolos patrios en las sandalias, sus colores, el toque de elegancia y distinción marca una nueva era, un golpe de timón en el rescate de nuestra imagen, la identidad, el glamour, el refinamiento y la belleza en Cuba.