Las habilidades sociales están íntimamente ligadas a la inteligencia emocional, por eso hay que mejorar la comunicación física y verbal todo lo posible. Para alimentar nuestra inteligencia emocional tenemos que aprender a hablar en público, en pequeños grupos y cara a cara.
Para desarrollar esas habilidades sociales y comunicativas, hay que mejorar igualmente la empatía. Ponerse en el lugar del otro es fundamental para crear una ambiente sano en el puesto de trabajo.
Las personas deprimidas suelen tener problemas para tomar decisiones (incluso las más simples), por lo que una persona capaz de tomar decisiones es una persona emocionalmente sana, siempre y cuando se tomen conscientemente y con cierto grado de cordura.
El análisis objetivo de uno mismo y la autocrítica es el camino correcto para llegar a gestionar las emociones con soltura. Si quieres desarrollar la inteligencia emocional en el trabajo, por fuerza tienes que tomar nota de las conductas que desarrollamos en el puesto.
El análisis y la autocrítica nos facilitarán una de las tareas más difíciles: aceptarnos y conocer nuestros puntos fuertes y débiles.
Ya lo dijo el sabio: «haz el amor y no la guerra». Ciertamente era un lumbreras de las emociones porque no hay nada más efectivo para enriquecer las emociones individuales y colectivas de la oficina que resolver los conflictos dando cariño y evitando los malos rollos.
Ser proactivo es igualmente indispensable para mantener la salud mental y desarrollar una inteligencia emocional de lujo.