jueves, marzo 28, 2024
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Rusia olvida la agonía de la URSS pero no el poder del imperio

A 25 años del intento de golpe de Estado con el que se intentó salvar un gigante que se desmoronaba, los rusos cultivan otras perspectivas históricas

PILAR BONET

El recuerdo de la agonía de la URSS y de la confrontación política entre el líder soviético Mijaíl Gorbachov y el ruso Borís Yeltsin se difumina en la memoria de la sociedad rusa, que hoy cultiva otras perspectivas históricas, más dilatadas, y otros héroes, asociados al poder del Imperio zarista. En este contexto transcurre el 25 aniversario del intento de golpe de Estado con el que, el 19 de agosto de 1991, un grupo de altos funcionarios quisieron salvar a la URSS de su desintegración.

Nueve repúblicas (de las 15 integrantes de la Unión Soviética) se disponían a firmar el Tratado de la Unión el 20 de agosto de 1991, fecha en la que el presidente de la URSS, Mijaíl Gorbachov debía regresar a Moscú desde Crimea, donde estaba veraneando. El Tratado de la Unión, trabajosamente negociado, alteraba el reparto de competencias con el poder central, justamente para mantener el Estado, pero los miembros del llamado GKCHP (Comité Estatal de Situación de Emergencia) lo veían como una sentencia de muerte.

El vicepresidente de la URSS, Guennadi Yanáev, el jefe del KGB, Vladímir Kriuchkov, el ministro de Defensa, Dimitri Yázov, el de Interior, Borís Pugo, y el jefe del Gobierno, Valentín Pavlov, eran los cargos de mayor jerarquía entre los ocho miembros del GKCHP. Alegando que Gorbachov estaba “enfermo”, el comité asumió los poderes presidenciales, trajo refuerzos militares a Moscú y suprimió las libertades cívicas. Pero una parte de la sociedad rusa salió a la calle a apoyar a Borís Yeltsin que durante tres días lideró la resistencia.

Los sucesos, iniciados con la emisión televisiva del ballet El lago de los cisnes, se precipitaron. En lo alto de un tanque, Yeltsin desafió al GKCHP y en la rueda de prensa convocada por los conjurados, a Yanáev le temblaron las manos; los ciudadanos construyeron barricadas en torno a la sede de la presidencia de Rusia, pero las fuerzas especiales que la rodeaban la llamada Casa Blanca junto al río Moscova, no recibieron orden de asalto. Tres jóvenes perecieron en un encontronazo con los tanques llegados a la capital y Gorbachov regresó a Moscú tras rechazar a los golpistas que fueron a verle a Crimea. A su vuelta, fue humillado por Yeltsin, convertido ya en el hombre fuerte del Estado.

El Partido Comunista, la columna vertebral de la URSS. fue prohibido y sus propiedades confiscadas. En diciembre, la URSS dejó de existir oficialmente, cuando los líderes de las tres repúblicas eslavas (Rusia, Bielorrusia y Ucrania) denunciaron el documento fundacional (el Tratado de la Unión de 1922) de la URSS.

En 1991, la “libertad” era la sensación imperante entre quienes se opusieron al GKCHP, pero esa perspectiva se alteró con el tiempo. “El hundimiento de la Unión Soviética fue la mayor catástrofe geopolítica del siglo”, afirmó el presidente Vladímir Putin en 2005. Y añadió: “Para el pueblo ruso también fue un verdadero drama. Decenas de millones de nuestros conciudadanos y compatriotas se encontraron fuera del territorio ruso y la epidemia de la desintegración se extendió también a la misma Rusia”.

Hoy, casi la mitad de los rusos (48%) no recuerdan lo que sucedió en agosto de 1991, según un sondeo del centro Levada. El 35% opina que el golpe fue un “episodio” en la lucha por el poder entre los dirigentes del país, el 30% lo califica de “acontecimientos trágicos” y solo un 8% lo ve como la victoria de una revolución democrática. En 2004 el 13% de los rusos tenía dificultades para valorar aquellos acontecimientos. En 2016, la proporción de los confusos se ha elevado al 27%. Preguntados por sus simpatías, el 30% alegan que eran demasiado jóvenes para comprenderlo, un 8% simpatizan con los golpistas y un 13% se declara en contra.

Según la ideología fomentada desde el Kremlin, la década de los noventa, bajo la presidencia de Yeltsin, fue un periodo de humillación y penuria de la que el país comenzó a recuperarse con la llegada al poder de Vladímir Putin (2000), bajo cuyo mandato Rusia ha recuperado el orgullo nacional y ha dejado de estar de rodillas ante el mundo. Desde hace años, los dirigentes rusos ignoran los sucesos de agosto de 1991, pero en esta ocasión han ido más lejos al denegar el permiso para un tradicional acto conmemorativo dedicado a los tres jóvenes que, en la noche del 20 al 21 de agosto murieron en un encontronazo con los tanques llegados a Moscú. Alegando las obras que se realizan en el centro, el ayuntamiento de la capital propuso que el acto se traslade desde el lugar de la tragedia, –el cruce del “kolzo” (el anillo circular) con la avenida Novii Arbat–, a un entorno periférico de la capital. En junio, las obras, ahora casi acabadas, no impidieron celebrar el festival de Cine de Moscú en un cine vecino.

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Desde su llegada al poder, Putin recuperó de forma ecléctica los símbolos del pasado (el águila zarista y la música del himno soviético entre ellos) y en su programa destaca el reforzamiento de los vínculos con los países postsoviéticos en estructuras como la Comunidad de Estados Independientes y, sobre todo hoy, la Unión Euroasiática, que integra a Bielorrusia, Kazajistán, Kirguizistán y Armenia.

Guennadi Búrbulis, ex secretario de Estado de Rusia y hombre de confianza de Yeltsin, opina que la desintegración de la URSS fue un “Chernóbil político” que aún emite radiación. El “imperio” soviético, “un régimen militarizado y totalitario” basado en la “violencia” y la “sumisión”, se extinguió de hecho el 22 agosto de 1991, pero las “actitudes imperiales” siguen vivas, tienen “profundas raíces” y se manifiestan en “peligrosos juegos de restauración”. Búrbulis advierte contra las interpretaciones “simplistas” y aboga por un diálogo elaborado y sincero entre quienes, partiendo de sus concepciones del mundo, enfrentaron en agosto de 1991.

En su opinión, desde enero de 1991 Gorbachov no comprendía la realidad y tiene “bastante responsabilidad personal” por la desintegración de la Unión Soviética. Gorbachov, dice, no estaba del lado del GKCHP, pero “sabía lo que se preparaba”, explica Búrbulis, según el cual, cuando el líder soviético se fue de vacaciones a principios de agosto, los colegas que lo despidieron en el aeropuerto le dijeron que si se producía una catástrofe tendrían que tomar medidas extraordinarias. “Con un pie en la escalerilla del avión, Gorbachov les dijo: “prueben”, afirma Búrbulis. El presidente de la URSS siempre dijo que estuvo incomunicado en Crimea y que no tuvo nada que ver en el golpe.

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