jueves, marzo 28, 2024
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Cubanos opinan que a Díaz-Canel le entregaron una bomba de tiempo

Cubanos opinan que a Díaz-Canel le entregaron una bomba de tiempo

La mayor parte de la población permanece indiferente y escéptica respecto a la gestión del nuevo mandatario que fue designado a dedo y a quien no perciben con suficientes potestades para tomar decisiones cruciales

Como en toda sociedad de ordeno y mando, la puesta en escena cumple un rol muy importante. A Renato, custodio del complejo de deportes conocido como Ciudad Deportiva, en el municipio Cerro, a diez minutos del centro de La Habana, le llamó la atención que en la madrugada del sábado 28 de julio decenas de camiones descargaran hortalizas, frutas, viandas, frijoles, carne de cerdo y ahumados en el agromercado que bordea la Vía Blanca, a unas dos cuadras de la calle Primelles.

“El ajetreo era tremendo. Supuse que por la mañana Díaz-Canel o un pincho de alto rango visitaría el agro. Cuando salí del trabajo, pude comprar limones a 4.50 pesos la libra (en casi ningún agro se encuentran limones y si hay, la libra cuesta 8 pesos). Aguacates buenísimos, a 6 y 7 pesos cada uno -suelen costar 10 pesos- y la libra de bistec de puerco estaba a 40 pesos, cuando en el resto de los mercado cuesta 50 y 55 pesos la libra”, cuenta Renato.

Esa mañana, el flamante mandatario Miguel Díaz-Canel no fue el que visitó el agromercado de Vía Blanca, si no el primer secretario del partido en La Habana, Luis Antonio Torres Iribar, quien en su estreno en el cargo recorrió el lugar y en un golpe de populismo, conversó con los empleados y la gente que se encontraba comprando.

“Siempre debiera mantenerse este abastecimiento y buen servicio”, dijo el dirigente habanero. Pero Magalys, ama de casa, sabe que no será así. “Hay que aprovechar esas coyunturas y comprar todo lo que se pueda, porque una semana después, los agros vuelven a estar sucios, los dependientes te roban en la pesa, suben los precios y la variedad de productos no sobrepasa la decena. Es lo normal en los agromercados de la capital”.

Con un verano insufrible, cuando al mediodía ni siquiera los perros callejeros se atreven a desafiar la canícula, los cubanos intentan superar diferentes barreras que van desde las billeteras sin dinero hasta penurias de todo tipo.

Orestes, padre de tres hijos que ahora mismo disfrutan sus vacaciones escolares, tiene un plan elemental. “Jugar dominó o monopolio en casa. Ver seriales descargados de “El paquete” e ir a las playas del este de la ciudad, que están malísimas, con la arena sucia. Tienes que llevar agua y comida, porque las ofertas gastronómicas existentes pueden provocarte enfermedades gastrointestinales debido a la descuidada elaboración de los alimentos”.

Cuando usted le pregunta su opinión sobre el desempeño en estos primeros cien días de gobierno del presidente Miguel Díaz-Canel, hace una pausa y luego Orestes responde:

“La sensación que tengo, por lo que veo en los noticieros, es que el tipo está en constante movimiento. Todos los días se reúne con el personal de algún ministerio o analiza la marcha del trabajo en diferentes sectores. Toma nota, mete su muela, pero todavía no ha cogido el toro por los cuernos. En Cuba se sabe cuáles son los problemas, lo que se necesita es resolverlos. No entiendo por qué cambian a ministros que hacen un buen trabajo como Inés María Chapman en Recursos Hidráulicos y Roberto Morales en Salud Pública, que ha mejorado los servicios médicos, mientras otros siguen sembrados como si fueran yucas, como Adel Izquierdo en Transporte. Díaz-Canel no parece una mala persona, pero su discurso es muy aburrido. El hombre no tiene carisma, habla como si fuera un robot y su expresión es de alguien cansado. Le han dejado una bomba de tiempo y creo que él lo sabe”.

A Judith, vendedora de libros viejos en una esquina de la sucia Calzada de Diez de Octubre, la gestión de Díaz-Canel no le interesa. “Me da igual si lo ha hecho bien o mal. Lo que me preocupa es que mi vida sigue igual de mala. Ni con Fidel, Raúl o el Canel, los cubanos vamos a vivir como Dios manda. Cuando los ves por la tele o en los periódicos, ninguno está flaco, todos gordos, bien comidos. No cogen guaguas, se mueven en carros y en sus oficinas y sus casas tienen aire acondicionado. Así cualquiera es revolucionario. Los gobernantes cubanos no se deben al pueblo, se deben a ellos mismos. Su misión es mantenerse en el poder, mientras más tiempo, mejor”.

Ana, empleada bancaria, no confía en los políticos. “Son una casta. Puede que haya gente honesta, pero es el sistema el que no funciona. ¿Cómo es posible que un gobierno que en sesenta años no haya sido capaz de resolver los montones de problemas sociales existentes en el país aún siga gobernando? Eso nada más sucede en Cuba. La gente en la calle está hastiada, se ha vuelto indiferente y no quiere hablar de política. ¿Alguien piensa que esos tipos se creen las cosas que dicen y los planes que elaboran? Cuando se vive rodeado de mentiras, se corre el riesgo de perder contacto con la realidad. Tal vez eso es lo que pasa a Díaz-Canel”.

En La Habana corren diversos rumores sobre la gestión del nuevo presidente designado. Algunos aseguran haberlo visto disfrazado en la cola de un banco. Otros, manejando un taxi privado. Alberto, camionero, jura por su madre que vio a Díaz-Canel «vestido con un pitusa desteñido y un par de tenis de esos que las mulas compran en Panamá, hablando con la gente en la cola del pan en una barriada de San Miguel del Padrón. El men no ha resuelto nada, pero al menos se mueve”.

Los tres primeros meses del Gobierno de Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez han pasado sin penas ni glorias. El presidente elegido a dedo por una misteriosa comisión siempre deja la sensación que puede hacer más.

Fuera de Cuba, Díaz-Canel genera expectativas sobrevaloradas. Dentro de la Isla, todo lo contrario. La percepción popular es que son dirigidos por un mascarón de proa con buenas intenciones, pero que no pinta, ni da color.

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