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Antonio Maceo: A la orilla del tiempo

En lo personal, la libertad es el ideal máximo de Antonio Maceo. Debemos entender, sin embargo, que su definición de la libertad no es horizontal, sino vertical

Por Dr. Orlando Gutiérrez-Boronat

Para mi abuelo paterno, “Ten”

Antonio Maceo y Grajales es la figura más enigmática de la historia de Cuba. Enigmático no por alguna falta de expresión válida en el pensamiento y la conducta del General, sino por la decadencia del pensamiento cubano oficialista de estos tiempos, que necesita utilizarlo como arquetipo o paradigma para ideas con las que no comulgó y formas de estado que jamás hubiera aceptado.

Quien profundice en el misterio de Antonio Maceo encontrará a la Cuba profunda, e imbricada con esa profundidad, el destino que nos une con Venezuela, Haití, la República Dominicana y Puerto Rico, encontrará como referentes históricos a los girondinos y nunca a los jacobinos, a los guibelinos y no a los guelvos. Con el Titán de Bronce muere el sueño de la gran confederación del Caribe, la gesta de Albizu es un homenaje a la estela del Mayor General; la Cuba de Castro, una ofensa a su ideario.

Para efectos de este ensayo, he recurrido como referencia de los pensamientos maceístas a la excelente investigación sobre el ideario del General escrito objetivamente por el académico e investigador costarricense Armando Vargas Araya. “Idearium Maceísta”, fue publicado por la Editorial Juricentro en Costa Rica en el 2001.

La raíz del enigma

Ninguno de los instrumentos aportados por la modernidad explica el surgimiento y la impronta de un Antonio Maceo. La modernidad y su decadente corolario, la pos modernidad, carecen de las vías teóricas para explicar cómo surge este tipo de ser humano, y qué representa para toda la especie. Dispensen los manuales de marxismo, o de los ensayos de Sartre o de los teoremas freudianos. Para analizar a cabalidad a los Maceo, hay que ir a Roma.

El misterio romano, que sigue extendiendo su colosal sombra hasta nuestros días, encontramos a un estado mundial cuyo legado fue heredado por los hispanos y que llegó a la extensión más grande que haya conocido ese estado bajo Carlos V y su República Cristiana. El desgaste de este estado, su desintegración bajo el asalto de las fuerzas centrípetas de los estados nacionales, resulta en la caída de un orden imperial bajo el cual los seres humanos adquirían una civilización global sin perder su identidad orgánica, por tanto interiorizando a esa civilización como parte de su mismo ser espiritual. La Revolución Francesa, el eventual dominio de esa Revolución por la secta jacobina, y el advenimiento de Napoleón Bonaparte constituyeron en términos síquicos, el desbordamiento del ego sobre el terreno de la razón, y la consecuente exacerbación infame del estado absolutista a tal punto que necesitaba destruir la identidad de los hombres para poder acomodarlos al estado.

En la América Latina esto significó el surgimiento de Bolívar, y la tragedia de una mente brillante atrapada por un mundo de egos desbordados hasta que se dio la catástrofe, aun no reparada, del estado sin orden, de aquel estado permanente de Guerra sobre el cual tanto advirtiera Locke en sus tratados sobre gobierno.

La estirpe

El estado romano fue el resultado de siglos de forja de un tipo de carácter donde el ego estaba subordinado al ser, y a la cosmología de una moralidad basada en la libertad de la razón. A pesar de las crisis políticas y las guerras, este carácter sobrevivió en los pueblos provenientes de Roma, en una vida moral estructurada, que permitió, y ha permitido, la superación de grandes lacras de la humanidad. Como escribiera Barrow, “el sentido del deber marcaba lo mejor del romano común: a menudo lo podría hacer pasar por inadvertido, pero a la vez lo hacía capaz de convertirse en un mártir por un ideal”. La aceptación cristiana del sacrificio y la decisión de enfrentar el martirologio, era no solamente un fenómeno cristiano, sino también una característica romana.

Esto nos lleva a Marcos Maceo, patricio de los Maceo, quien al igual que el otro legendario venezolano Narciso López, lucharon primero contra Bolívar y después por la independencia de Cuba, dando sus vidas en la batalla. Estos hombres luchaban contra el desmembramiento del imperio porque aspiraban al mantenimiento del orden, querían controlar las violentas convulsiones del alma humana con su secuela de guerras de clase y de raza, y del surgimiento de regímenes de casta, o personalistas, divorciados de la ideología universalista y de las consecuentes instituciones de derecho del imperio. Lucharon entonces por la independencia de Cuba porque ya el imperio había caído en este tipo de régimen, haciéndose necesario el restablecimiento del principio del orden, y una consecuente reorganización política alrededor de los altos valores de la humanidad. Un orden imperial que aun parecía reformable y salvable en Venezuela, ya es criminalmente insostenible en Cuba.

Estos principios no eran diletantismo doctrinal, eran principios emanados de la vida misma. Hay una escena imborrable en la historia de los cubanos, una escena que aborda a plenitud el noble ideal de nuestras guerras de independencia: el 14 de mayo de 1869, Marcos Maceo cae mortalmente herido en el combate de San Agustín de Aguarás, muere en los brazos de Antonio Maceo y Grajales, hijo mayor de su segundo matrimonio, con Mariana Grajales. Recordemos que todos los hijos varones de Marcos Maceo de ambos matrimonios, incluyendo al primer Antonio, Antonio Maceo Téllez, caerían en la contienda patria. Recordemos que es Antonio Maceo y Grajales el que dirige la carga donde perece su padre. Lo último que Marcos le dice a su hijo y comandante, Antonio, es: “He cumplido con Mariana”. Es decir, los Maceo se deben a una religión privada de virtudes morales cimentada en el amor familiar que precede, que articula, cualquier compromiso o lealtad posterior, aman a su patria porque se les ha enseñado primero a amar la virtud.

¿Cómo explicamos este sacrificio, este sentido del honor objetivamente? Evoca una palabra esta escena, un concepto indispensable para el concepto república que la modernidad está al perder pero sin la cual nos distanciaremos para siempre de la razón de nuestras luchas: estirpe. Estirpe es el linaje de hombres y mujeres unidos en lo básico por la sangre, pero sobre todo, obligados, generación tras generación con ciertos valores y virtudes.

Estirpe no es un concepto biológico-racial, es, en su concepción clásica, una idea moral con un corolario indispensable: la virtud, lo cual significa el ejercicio de lo moral en la cotidianidad de la vida, el predominio de la razón sobre las pasiones para entonces vivir como se piensa. Lo cual es la única, genuina y deseable libertad. La estirpe, entonces, es la huella del principio en la sangre, la orientación de la genética hacia la idea, generación tras generación, en una religión privada que une a los hogares en nación. La estirpe es el jardín de un pueblo. Eso son los Maceo, estirpe de una nueva nación.

Es este el primer principio orgánico maceísta, de él devendrán el resto de las ideas que constituyen su esquema de pensamiento. Una y otra vez aparece este concepto en sus cartas y escritos: “…he de preferir siempre la venturosa vida del trabajo y la dulce esperanza de dar educación a mis hijos, para con ambas cosas contribuir al engrandecimiento moral y material de la Patria”. La familia es el más alto de sus valores, junto a la patria: “A los corazones honrados se les deshace el alma viendo que el tirano devora sus más caros intereses la Patria y la familia”. Y su concepto de la nación comienza con esta concepto de estirpe, de familia, que de nuevo, responde al espíritu de la ética y la virtud y no a la biología: “Que concluya aquello de españoles y cubanos, es decir, que los hombres honrados de una misma familia se unan por los fraternales lazos de humanidad y origen, rechazando de sí mezquinas rivalidades de raza”.

La naturaleza humana y las instituciones

Es por esta concepción de la familia como fragua de altos valores, que Maceo entiende al ser humano como intrínsecamente social, obligado hacia los otros con deberes y normas en acción afirmativa de la razón. Es de ésta naturaleza social del hombre que emana el poder del estado. “El sentimiento de amor a la patria… se deriva de las condiciones constitutivas de la naturaleza humana y forma la base en la que se asiente la civilización, es universal y perpetuo”. Por tanto la ley no es una construcción en el tiempo, resultado de la arbitraria correlación de factores de producción como nos establecería el marxismo, sino una emanación de la misma alma humana, base de toda institución legítima. “Yo deseo vivamente que ningún derecho o deber, título, empleo o grado alguno exista en la República de Cuba como propiedad exclusiva de un hombre, creada especialmente para él e inaccesible por consiguiente a la totalidad de los cubanos. Si lo contrario fuese decretado en nombre de la República, sería la negación de la República por la cual hemos venido combatiendo …”

La institución es la salvaguarda de la sociedad ante el privilegio y los caprichos del poder. Maceo se siente obligado hacia la defensa de las instituciones y recomienda la reforma y no la destrucción de las mismas: “Mucho respeto me inspira la propiedad, sobre todo la bien adquirida; pero es de notas que si es legítima, la ciencia económica y la razón con sendos irrebatibles argumentos la defienden, si no, puede ponerse en contradicción con el progreso de las instituciones sociales y a este estado solo debe tenerse como un mero obstáculo que es fuerza orillar a todo trance”.

Estos valores constituyen la férrea noción del deber y del orden que avalan la ejecutoria maceísta. “…ante todo soy militar…siempre apoyaré al gobierno legítimo y no estaré donde no puedan estar el orden y la disciplina, porque vivir así sería llevar la vida a un perfecto bandolerismo”. “Inquebrantable respeto a la ley y decidida preferencia por la forma republicana, he ahí concretado mi pensamiento político…”

Constitución y República

Para Maceo, la Constitución es la esencia jurídica de la república, el cúmulo de leyes humanas que reflejan las leyes inherentes de la naturaleza humana…”universales y perpetuas”. La independencia es para él, instrumento de estos valores trascendentes. Explicaba sobre la misma en sus Cartas de Jamaica: “condición previa e indispensable para fines ulteriores más conformes con la moral y la justicia…no trabajamos principalmente para nosotros ni para la presente generación, bien al contrario, muévenos sobre todo el triunfo del derecho de todas las generaciones que se sucedan en el escenario de nuestra Cuba…deseo para mi patria una Constitución que sea un verdadero resumen de las leyes de la Humanidad”. Es clave entender este principio del ideario maceísta: las leyes de la humanidad son inherentes a la naturaleza humana y preceden, y son la fuente de autoridad legal. Es esta la concepción clásica, estoica, del derecho natural y del derecho positivo. “La República”, escribe el General Antonio en 1879, “es la realización de las grandes ideas que consagran la libertad, la igualdad y la fraternidad de los hombres”.

Entiende a la República como entiende a la familia y a la patria, como concordia de amor y deber donde los intereses son reconciliables en el quehacer de la soberanía: “Queremos la libertad de Cuba, anhelamos la paz y el bienestar de mañana para todos sus hijos, sin poner tasa al sacrificio ni tregua al batallar”. Este ideal fraterno de la república incluía su perspectiva ante las relaciones raciales…” a los blancos les decía – ved que los hombres de la raza negra hacemos a vuestro lado: ayudaros en esta obra de abnegación y patriotismo para la conquista de la libertad y la independencia: y esto significa que nosotros somos dignos de compartir con vosotros las grandezas de la libertad y los beneficios de la democracia. Y a los negros, a los de su propia raza…Vais a crecer y os vais a desarrollar con la libertad, pero por vuestro esfuerzo y merecimiento; tenéis que conquistar la admiración de vuestros hermanos para que os den después de esa admiración el cariño, y así es como se establecerá entre nosotros el imperio de la confraternidad”.

La libertad

En lo personal, la libertad es el ideal máximo de Antonio Maceo. Debemos entender, sin embargo, que su definición de la libertad no es horizontal, sino vertical. El General Antonio es clásico en sus análisis y determinaciones, para él la libertad no es simplemente libre escogencia entre gustos en un mundo de referencias morales relativas, como nos propondría la pos modernidad, sino que la libertad consiste en un movimiento ascendente hacia la luz, hacia la ampliación de la conciencia y el dominio de la razón sobre las pasiones. La libertad es el camino del perfeccionamiento moral, donde mediante el ejercicio de la razón, que es la virtud, el hombre se hace partícipe pleno de la Creación. Así escribe Karl Krause, uno de los filósofos más leídos por Maceo, filósofo alemán muy traducido en el mundo hispano, quien elaboró su pensamiento sobre la cosmovisión estoica. No hay cabida para el determinismo materialista en el pensamiento maceísta, sería para él, la esclavitud del pensamiento

Lo que define a la especie humana es su capacidad para el pensamiento y la emoción. Vivir como se piensa es la suprema libertad, esto cree Antonio Maceo. “Mis actos son el resultado, el hecho vivo de mi pensamiento”. El honor personal consiste en la subordinación voluntaria a este conocimiento y a esta transformación de la conciencia en todo lugar y en todo momento de la vida. Por tanto, para él, el honor es un valor superior a la vida misma. “Primero honor y después la vida”. Consecuentemente es la conducta moral por lo único que se debe juzgar el talante de los hombres: “Yo extiendo mi voz a todos los pueblos que hayan sufrido la dominación, y que no vean en el hombre el color de su piel, sino sus condiciones morales”.

La libertad es para el General la capacidad humana de confluir con fuerzas espirituales superiores que son la fuente de lo mejor en cada ser humano. “Si la Providencia y la Patria me llaman de nuevo al cumplimiento del deber”. Para el General Antonio Maceo tiene esenciales condiciones. En lo social, la libertad de expresión, articulada por la libertad de prensa, y en lo político, el sufragio universal, base real de toda soberanía nacional. “El porvenir de Cuba le pertenece a un pueblo entero y no tenemos el derecho de disponer de él en discordia con sus intereses político-sociales”.

Fundador del periódico El Cubano Libre, órgano oficial de los mambises en Oriente, es incapaz, por sus convicciones, de subordinar éste a un control autoritario. “En él escriben los que quieren y pueden hacerlo, sin que jamás haya impuesto mi criterio político a ninguno de sus redactores”.La libertad de expresión es para él parte de su honor personal, “…máxime cuando tengo por costumbre respetar las opiniones ajenas”.

Maceo y la nación

En la morfología de la cultura cubana, el florecimiento de estirpes como la de los Maceo es la señal vital de una cultura joven que respira hondo, que ha cobrado conciencia de sí misma y ha desarrollado sus propias y autóctonas formas de expresión, es decir, el carácter propio que surge cuando se interiorice la aceptación de las formas del espíritu. Es esto lo que explica cómo un ser humano, tras la muerte de su padre y de todos sus hermanos varones, después de perder una y otra vez todas sus propiedades y recibir no menos de 25 impactos de bala en tiempos antes del descubrimiento de la penicilina, a menudo receptor de envidias, prejuicios y sutiles intrigas por parte de los mismos suyos, siga luchando con tanta brillantez, por tanto tiempo.

Hay que entender que los próceres cubanos, las familias cubanas, no acuden a la insurgencia armada festinadamente, o como necesidad doctrinal de alguna malvada ideología. Son hombres y mujeres de bien, creadores de riquezas, que tras un largo proceso de más de un siglo de reclamaciones cívicas y pacíficas ante un orden imperial cada vez más inflexible y corrupto, recurren a una guerra libertadora como último recurso de la razón. En esto se asemejan más a los revolucionarios norteamericanos que a los franceses. El paradigma de un Antonio Maceo es un George Washington y no un Maximiliano Robespierre.

No, no hay un Maceo dictador o un Maceo caudillo, no hay un Maceo asesino, bandolero disfrazado de patriota. Hay un Maceo pensante, soldado al servicio de una jerarquía de valores que su aguda inteligencia y su formación familiar le han mostrado. No, no hay un Maceo revolucionarista, ideólogo implacable, capaz de destruir instituciones para darle espacio a sus odios. No hay un Maceo que salta de pueblo en pueblo, de continente a continente, destruyendo y nunca construyendo. Hay un hombre libre llamada Antonio Maceo con raíz, que lucha por lo suyo, por los suyos a los cuales define por el contenido de su carácter, que tiene la mirada siempre clavada en el horizonte de las altas posibilidades humanas y que de ahí no varía.

El tiempo, parafraseando a Heráclito, fluye como un río. Pero hay hombres que por su apego a las formas eternas del ser, se apartan de las corrientes para erguirse como señal eterna de libertad para todas las generaciones venideras. Así es nuestro general Antonio, a la orilla del tiempo, faro incansable del destino genuino de nuestro pueblo.

Miami, 13 de junio del 2017

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