miércoles, noviembre 6, 2024
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La nueva prostitución que trajo WiFi a La Habana, el «jineterismo virtual»

Idalia es una joven cubana que, como muchas otras en la isla, ha sabido sacarle provecho a los puntos de conexión inalámbrica a internet para obtener beneficios de «amigos» en el extranjero

Por Daniel Castropé

La noche es oscura en el parque Coyula, en 19 y 30, en el municipio habanero de Playa. Hace calor. No se mueve una sola hoja de los árboles, que parecen petrificados contra un cielo de nubarrones cobrizos.

Idalia es una joven rubia, de ojos claros y un cuerpo escultural. Pero la belleza de sus ojos se transforma en una especie de “hoguera ardiente” cuando algún coterráneo, al que identifica de inmediato por el acento y los ademanes que suelen utilizar los cubanos al cortejar a una mujer, le coquetea. “No quiero nada con ninguno de estos pasmados (alguien sin dinero)”, dice en tono desafiante.

Esta habanera creció en Marianao, en un hogar carente de la figura de un padre y al lado de una madre que le inculcó buenos principios, aunque la mujer, que trabajaba en un hotel, también en Playa, tuvo una infinidad de hombres que solo sirvieron para robarle la juventud. No obstante, la joven nunca olvida las palabras de su madre: “Busca un hombre de afuera; los que hay aquí no sirven para nada”.

Y si algo caracteriza a los cubanos es que saben sacarle alguna ventaja adicional a la poca asistencia que les brinda el Gobierno, y el caso de los puntos de wifi o internet inalámbrico en la isla no es la excepción, pues no solo permite acercar virtualmente a las familias separadas por la desgracia del comunismo, sino también como plataforma para algunas mujeres que buscan a su “príncipe azul” en otras latitudes.

Idalia es una prueba fehaciente de esta tesis. Todas las noches dirige sus pasos cortos hacia el parque ubicado a dos cuadras de casa, en el reparto La Sierra. Su lista de contactos parece interminable. Tiene “amigos” en España, México, Perú, Ecuador, Colombia, Panamá y –decir ‘por supuesto’ no es exagerado– en los Estados Unidos. “Lo que más tengo son conocidos en la ‘yuma’. Dos me han propuesto matrimonio”, afirma llena de convicción en sus palabras melodiosas.

“Conectar” con algún extranjero le resulta mucho más fácil desde que el régimen decidió abrir espacios públicos de conexión wifi, en julio del 2015, a pesar de la inconformidad de los clientes por el alto costo y la lentitud de un servicio que, según funcionarios de ETECSA, ha tenido una “gran mejoría este año”. ¿Cuál año? Solo ellos lo saben.

Pero el costo es un tema que no le causa mayores problemas a la protagonista de este relato. El dinero para pagar el servicio no sale de su bolsillo. Nunca ha trabajado, y si lo hiciera, a lo sumo podría devengar alrededor de 20 CUC al mes, que le alcanzarían para conectarse 13 veces a la red durante ese mismo lapso, en razón a que cada tarjeta de ETECSA, por una hora de internet, tiene un valor de 1.50 CUC. En consecuencia, solo trabajaría para “vivir conectada”.

La hermosa cubana, que cualquiera de sus coterráneos quisiera convertir en una amante ocasional o incluso en la madre de sus hijos, exponiéndose a algunos riesgos de deslealtad, tiene una fuente de ingresos “segura” en el exterior. Cada “amigo” le “resuelve” una suma de dinero que le hacen llegar a través de una reconocida casa de remesas que le reporta al régimen el 20% del monto total recibido por el destinario.

De todos sus “amigos”, esta chica ha conocido a tres en persona: un cubanoamericano, otro colombiano y un mexicano. Con los demás, solo mantiene contacto a través de redes sociales como Facebook y WhatsApp. “Es como si estuvieran aquí, pero no tengo que salir con ellos a ningún lado”, advierte.

Cuando el cubanoamericano Mario estuvo en noviembre del año pasado en La Habana, vivieron una ‘noche loca’ en la discoteca La Puntilla. Fueron tres días de paseos en vehículos de la época del capitalismo floreciente en Cuba, un día completo de playa en Varadero, recorrido en “cocotaxi” por La Habana Vieja y mucho licor y comida. El Hotel Nacional le pareció maravilloso.

El segundo, Roberto, le dijo que era colombiano, de una región muy cercana a la frontera con Venezuela, en donde la gasolina tiene un valor menor al del agua envasada. Idalia asegura que no le creyó nada. “Yo no sé si de verdad él es de Colombia, si tiene mucho baro (dinero), como me dijo, pero vino una vez y todavía seguimos hablando por internet, y siempre me manda unos chavitos (dinero)”, afirmó.

Al hablar del tercero, la joven parece tragarse una papa gigante. Describe al mexicano como un hombre pequeño, robusto, de pelo lacio, que viste camisas a rayas, jeanes y una botas de vaquero. Su nombre no lo quiso revelar.

La segunda noche con él, escuchó una conversación telefónica. El hombre hablaba de mucho dinero y de negocios que le parecieron “sucios”. No dijo cuánto dinero le dejó, pero esa semana Idalia pudo comprar una cocina (estufa) y un refrigerador que la madre cuida como el más preciado de los tesoros.

Utilizando con destreza el móvil celular Iphone 6, que Mario le regaló, la cubana de carnes duras y torso de curvas pronunciadas recorre virtualmente el mundo entero “hablando con uno y con otro”. Gracias al chat de Facebook (Messenger), y a WhatsApp, la joven salta de México a Estados Unidos, en un santiamén, sin pasar físicamente por la peligrosa frontera.

“Yo antes tenía que llamar por teléfono a mis amigos, o mandarles cartas que nunca les llegaban. Ahora eso no es así. Por el celular puedo hablar con ellos cuando yo quiera. Ahora me hace falta una recarga para el teléfono. Vamos a ver quién me la da”, asevera.

En menos de dos minutos, uno de sus “amigos” en Miami suple la carencia de Idalia. Una de las compañías de llamadas y mensajería entre Cuba y Estados Unidos tiene una promoción para recargar una línea telefónica con 21 dólares americanos y el beneficiario recibe en la isla 50 CUC en servicios. La cubana agradece el gesto con un corazoncito que palpita en la pantalla de su celular.

A pesar de que la conexión es lenta, por momentos, la joven tiene la posibilidad de enviar fotos y videos que con suma frecuencia le solicitan. “A mí me piden de todo. Yo sé lo que mando y cómo lo mando”, afirma. “Hay unos que se ponen muy impertinentes y los bloqueo, aunque eso no me conviene mucho”.

No le avergüenza decir que prefiere esa vida y no irse a las calles, en Miramar o en el Vedado, para ganarse el sustento diario ofreciendo su cuerpo. Dice que no es la única. “Más tarde viene una mulatica, amiga mía, que habla perfecto el italiano. Ella solo se conecta con europeos, pero a mi esa clase de gente no me gusta”, subraya.

De cualquier manera, Idalia es consciente de una realidad. “Sí, es verdad; esta es una forma moderna de ‘jinetear’, pero no soy una prostituta”, sostiene, al tiempo que se levanta de la silla de mampostería situada en un costado del parque y, caminando rítmicamente, se pierde entre las penumbras de una noche calurosa en la enigmática ciudad de La Habana.

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