viernes, marzo 29, 2024
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«Fidel no era demasiado buen amante», cuenta la alemana Marita Lorenz

El primer beso a Marita Lorenz (1939) se lo dio Fidel Castro. Hija de capitán de barco, conoció al líder de la Revolución a los 20 años, al atracar en el puerto de La Habana.

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Después de enseñarle la embarcación, el dirigente le preguntó dónde estaba su camarote y, una vez en él, la empujó al interior y la besó. Pero Lorenz no se sintió intimidada: «Estaba subyugada. ¡Fidel desprendía una fuerza seductora enorme!», ha contado en una entrevista al semanario francés Paris-Match y traducida por YoDona, una revista perteneciente al diario español El Mundo, en la que la examante de Castro da todo tipo de detalles de la relación que mantuvieron en 1959, antes de que se uniera a las filas anticastristas.

Lorenz sostiene, casi seis décadas después, que Fidel Castro ha sido el gran amor de su vida, a pesar de asegurar que no era un buen amante. «Era más interesante durante las caricias que durante el acto sexual propiamente dicho. Pero los dictadores son todos así», sostiene desde la experiencia que le proporciona haberse relacionado también con el venezolano Marcos Pérez Jiménez.

«Fidel era un narcisista. Le encantaba mirarse al espejo mientras se acariciaba la barba. Le faltaba confianza en sí mismo o, mejor dicho, necesitaba ser adulado y mimado, como un niño pequeño», cuenta a Yo Dona negando que sienta resentimiento hacia el líder de la Revolución cubana.

Lorenz vivió en la suite 2.408 del hotel Hilton de La Habana (donde también residían Fidel, Raúl y Ernesto Che Guevara) entre marzo y noviembre de 1959, cuando Castro aún no había roto con EE UU ni se había unido a la URSS.

La amante de Castro era consciente de que la relación no acabaría en boda. «Estoy casado con Cuba», le decía. Sin embargo, se quedó pronto embarazada, aunque su hijo le fue supuestamente arrebatado y lo conoció en 1981: «lo vi cuando visité a Fidel por última vez, tras 20 años de separación», asegura. «Me dijeron que había sufrido un aborto, pero el ginecólogo de Nueva York me habló de un parto provocado. Lo del aborto era falso. El embarazo estaba casi a término y mi hijo nació cuando yo estaba en coma en Cuba. Es un chico. Creció allí y se llama Andrés Vázquez».

Fue durante su embarazo cuando entró en contacto con la CIA de manera indirecta, a través de Frank Sturgis, un americano que se le presentó como aliado de Fidel, pero que en realidad lo era de Batista y defendía los intereses de la mafia en los casinos cubanos.

«Me decía que podía ayudarme y, a cambio, me pedía muchísimas cosas. Para deshacerme de él, terminé por darle documentos que Fidel tiraba a la papelera y que, a mi juicio, no tenían interés alguno. Pero eso parecía satisfacerlo», recuerda.

En octubre de 1959, tras un intento de envenenamiento dio a luz a su hijo y, tras unos meses hospitalizada en EE UU, regresó a la Isla a finales del mismo año, ya convertida en espía. Durante su convalecencia, se unió al anticastrismo motivada por sus conversaciones con el FBI, que supuestamente le pidió que asesinara a Castro en 1961. «Oh, mi pequeña alemana», la saludó Fidel, que sabía que iba a matarlo. «Me tendió su pistola y yo la empuñé. Entonces, mirándome a los ojos, me dijo: ‘Nadie puede matarme’. Tenía razón. Solté el arma y me sentí liberada».

A pesar de no cubrir las expectativas -«Me explicaron que, si lo hubiese matado, no habrían tenido que poner en marcha la operación de Bahía de Cochinos»-, Lorenz siguió ligada durante años al espionaje: «Llegué a conocer en Miami, en una reunión de anticastristas, a Lee Harvey Oswald, que estuvo implicado en el asesinato de Kennedy. Pero no fue el único, estoy segura de que había otra persona. A mi juicio hubo un complot para matar al presidente», considera.

A sus 76 años, la exespía vive en Queens (Nueva York) en un semisótano y desea volver a Alemania para reunirse con su hijo Mark, fruto de su relación con el dictador venezolano Pérez Jiménez. «Él tiene un trabajo allí, porque va a dirigir un museo consagrado a los servicios secretos».

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